La proporción de mujeres en la fuerza laboral
ha crecido significativamente; se las ve siendo mayoría en las largas filas de
espera del transporte para ir al trabajo. Aun así, ellas no han progresado
tanto en puestos jerárquicos, gubernamentales o empresarios, por lo que
reclaman un mayor avance.
El liderazgo femenino también posee historia.
Las reinas Artemisa de Halicarnaso y Cleopatra libraron batallas estando al
frente de sus flotas; las vikingas Gudrid y Freydis marcharon a América
impulsando a sus maridos.
Isabel La Católica |
Isabel de Castilla tomó decisiones que cambiaron la
historia. Juana de Arco es la máxima heroína francesa. Isabel Barreto de
Mendaña fue Adelantada y Almirante de la Mar Pacífico. Mencia Calderón lo fue,
de hecho, en el Río de la Plata. Más recientes son los casos de Eleanor
Roosevelt, quien, desde un retiro dorado, manejó el partido demócrata tras la
muerte de su esposo.
Es
impensable el peronismo sin recordar a Eva Perón. Sirivamo Bandaranaike de Sri
Lanka llegó a primera ministra por elecciones en 1960. Agreguemos a Indira
Ghandi, Golda Meier y la Madre Teresa como ejemplo. Benazir Buttho (Pakistán),
Aung San Suu Kyi (Myanmar), Corazón Aquino (Filipinas) o Megawati Sukarnoputri
(Indonesia) demuestran el alto grado de compromiso femenino por una causa
social y política. Acaso estos ejemplos sirvan para perfilar la líder oriental,
pero en América tendríamos otros, como Rigoberta Menchú, Michelle Bachelet,
Dilma Rousseff, entre otras, cualquiera sea su origen y orientación. Hoy son
numerosas las presidentas y las primeras ministras de diversos estados.
Si la mujer se incorpora a un
ámbito exclusivamente masculino, deberá romper barreras culturales muy
afianzadas.
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El ingreso a las FF. AA. es un ejemplo de ello. En los escalafones
más pequeños, la resistencia que enfrentaron fue mayor. Con la incorporación de
las mujeres, llegaron nuevas causales de enfermería: ginecológicas (retrasos
debidos al estrés), problemas de locomoción (entorsis), anorexia y bulimia,
entre otras, sin mucha significación hasta entonces. El tiempo fue diluyendo
uno a uno los problemas iniciales, y ellas se encargaron de hacer caer las
barreras restantes.
Para Emily Harburg, del Harvard
College, una vez dentro de la institución, la mujer debe enfrentar una serie de
antinomias:
* Masculinidad o feminidad: se idealiza una imagen de la feminidad de
modo tal que, cuando ellas muestran carácter, firmeza y tenacidad, son
rotuladas como masculinas. Al parecer, la ambición en las mujeres es, a
menudo, mal interpretada, y se la toma como un acto de agresión; entonces, se
las acusa de ser demasiado ávidas de poder o trepadoras. Del mismo modo, a las
que se dejan llevar por sus sentimientos, se las percibe como demasiado débiles
para liderar y para conducir a otros. Esta paradoja abre el interrogante de qué
conducta deben tener las mujeres que alcanzan posiciones de liderazgo
y, más aún, de sobre qué parámetros haremos las comparaciones.
* Pertenecer o competir: los seres humanos poseen un deseo natural
de pertenecer y de integrar grupos; sin embargo, las mujeres y los hombres
difieren en cómo lo manifiestan. Las mujeres tienden a preferir relaciones
estrechas e íntimas, mientras que los hombres suelen establecer relaciones
superficiales, aunque con un gran número de personas, o vuelcan su adhesión a
una causa muy amplia. Esto puede favorecerlos en entornos competitivos
y enmarañados, donde deban competir con sus pares y, al mismo tiempo, puede
hacer que las mujeres eviten puestos donde deban competir con sus compañeros
para quedarse con relaciones estrechas de amistad. En general, la mujer
competitiva es resistida por sus compañeros de ambos sexos, más aún por los
hombres. El primer problema de toda mujer es superar los escollos de su
incorporación al trabajo. Acaso paguen más derecho de piso que los hombres.
* Vida familiar o vida laboral: este dilema enfrenta la
responsabilidad en el hogar con las exigencias del trabajo. Las presiones
culturales y los obstáculos institucionales llevan a muchas mujeres a abandonar
el trabajo o una carrera para quedarse a cuidar a los niños en casa. Según
Clarín (4/4/2011), un 43% de ellas deja su trabajo. También se da el caso
contrario: hay quienes optan por una carrera y postergan la construcción de una
familia. Son crecientes los casos en los que se han sabido equilibrar ambos
aspectos, en especial de mujeres profesionales y docentes. No obstante, el
dilema las acompaña siempre. El normalismo introdujo a la mujer en el mundo del
trabajo, permitió que algunas alcanzaran puestos directivos y creó la gran
clase media argentina, sin acentuar mucho esa antinomia. Así como existen
etapas de crecimiento en la personalidad, también las hay en el mundo
profesional o gerencial. Marilyn Loden ha señalado las que tienen lugar a
medida que una mujer crece en una empresa o en una institución gubernamental:
* Compromiso de fraternidad: comienza haciéndose una más de ellos,
habla como ellos, sale con ellos, practica deportes con ellos, hace cursos con
ellos. Los trata como si fueran sus “hermanitos”. Lucha por la igualdad. De a
poco, comienza a masculinizarse, y esto se acentúa más aún en las Fuerzas
Armadas.
* Lucha por el puesto:
aunque comience en puestos menores, se esfuerza por escalar. Comienza a
diferenciarse de otros. Se muestra competente y competitiva, aplicada y dedicada.
Toma todos los cursos posibles. Ellas la celan y la envidian; ellos, al
principio, no la toleran y, luego, en secreto, la admiran.
* Aislacionismo dorado: cuando llega a la cumbre, se aísla de otras
mujeres y queda rodeada de hombres. Ha perdido amigos en su larga carrera y se
deshace de los pocos que le quedan. Su reducido entorno le edifica una jaula
dorada, crea un microclima para ella, y ella puede quedar prisionera en él.
Pierde, entonces, el contacto con la realidad. Puede ser víctima del groupthink.
Puede actuar con mano de hierro para dominar a los de abajo, salvo que delegue
decisiones en hombres de confianza para dedicarse exclusivamente a las
relaciones públicas institucionales.
No hace mucho que la mujer ocupa
funciones en altos cargos directivos; la docencia y las Fuerzas Armadas les
permitieron las primeras experiencias de liderazgo ejecutivo.
¿Hay un liderazgo típicamente femenino?
Un estudio realizado en la
Universidad de Northwestern que comparó los estilos de liderazgo transaccional,
transformacional y laissez faire entre mujeres y hombres demostró que ellas son
más eficaces que los hombres como líderes transformacionales. Las causas
residen en que las mujeres son más proclives a desarrollar una buena
comunicación con otros y en que tienen el deseo de crear una comunidad y
fomentar la colaboración. Y, con su natural capacidad para nutrir y cultivar a
quienes conducen, pueden servir en ese aspecto como modelos, actuar como
verdaderas mentoras, capacitando y potenciando al personal mientras alientan la
innovación en la organización que conducen. También se ha detectado que, por
ser más comprensivas y flexibles en las relaciones interpersonales, son capaces
de comprender las situaciones y de captar los diversos puntos de vista. De este
modo, llevan a los otros a su propia visión, porque realmente entienden y se
preocupan de dónde vienen sus problemas, al mismo tiempo que los otros, a su
vez, se sienten más comprendidos, apoyados y valorados.
Verticalidad y horizontalidad
vendrían a constituir dimensiones del ejercicio del liderazgo. El
hombre sería más proclive a la primera, y la mujer –sin perder su autoridad de
“gran madraza”–, a la segunda.
Las virtudes masculinas
tradicionales extraídas del deporte y de la milicia (verticalidad de
mando, dominancia y control, planificación estratégica, etc.) necesitan hoy una
contraparte. En el presente, las características del liderazgo difieren de las
de antaño, y se deberían tener en cuenta la franqueza, la confianza, la creatividad, la
capacitación permanente y la comprensión de otros, elementos que las mujeres
han incorporado a su estilo de liderazgo, reemplazando con mayor
horizontalidad las del arquetipo de la pirámide clásica que caracterizaba a las
empresas.
La mujer militar es otro fenómeno reciente.
Acaso buscando mejores
administradoras, acaso porque con su tenacidad y su firmeza son capaces de
llevar adelante cambios en la tradicional vida militar, acaso porque son
portadoras de cierto bagaje ideológico vivido con pasión que las respalda.
La mujer militar es mejor
seleccionada que el hombre, todos los ojos apuntan a ella. Durante su carrera,
debe luchar más para ascender un puesto. Vive rindiendo examen y está
cotidianamente en un escenario, ya que está expuesta a la mirada de todos. Esto
la lleva a ser competitiva y, fatalmente, a masculinizarse.
Sin duda, este tema dará lugar,
en el futuro, a numerosos ensayos, a medida que la mujer siga recorriendo su
largo camino. Quedan vastos aspectos por profundizar desde el punto de vista
médico, psicológico y sociológico.
[1]
El profesor Alfio A. Puglisi es maestro normal nacional, profesor en Filosofía
y Pedagogía, licenciado en Metodología de la Investigación y doctor en
Psicología. Ex profesor de la Escuela Naval Militar, 1969-2013. Tres veces Premio Sarmiento, otorgado por el Centro
Naval. Premio Ensayo histórico 2005 por su trabajo Faldas a bordo, publicado
por el Instituto de Publicaciones Navales. Premio José B. Collo por su artículo
“Juvenilias Navales”, en 2009. Premio Ratto por su artículo “Profesores y
alumnos de la segunda época escolar”, en 2013.
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