miércoles, 1 de febrero de 2023

¿Hay un liderazgo típicamente femenino?

La proporción de mujeres en la fuerza laboral ha crecido significativamente; se las ve siendo mayoría en las largas filas de espera del transporte para ir al trabajo. Aun así, ellas no han progresado tanto en puestos jerárquicos, gubernamentales o empresarios, por lo que reclaman un mayor avance.
El liderazgo femenino también posee historia. Las reinas Artemisa de Halicarnaso y Cleopatra libraron batallas estando al frente de sus flotas; las vikingas Gudrid y Freydis marcharon a América impulsando a sus maridos.
Isabel La Católica
Isabel de Castilla tomó decisiones que cambiaron la historia. Juana de Arco es la máxima heroína francesa. Isabel Barreto de Mendaña fue Adelantada y Almirante de la Mar Pacífico. Mencia Calderón lo fue, de hecho, en el Río de la Plata. Más recientes son los casos de Eleanor Roosevelt, quien, desde un retiro dorado, manejó el partido demócrata tras la muerte de su esposo.
Es impensable el peronismo sin recordar a Eva Perón. Sirivamo Bandaranaike de Sri Lanka llegó a primera ministra por elecciones en 1960. Agreguemos a Indira Ghandi, Golda Meier y la Madre Teresa como ejemplo. Benazir Buttho (Pakistán), Aung San Suu Kyi (Myanmar), Corazón Aquino (Filipinas) o Megawati Sukarnoputri (Indonesia) demuestran el alto grado de compromiso femenino por una causa social y política. Acaso estos ejemplos sirvan para perfilar la líder oriental, pero en América tendríamos otros, como Rigoberta Menchú, Michelle Bachelet, Dilma Rousseff, entre otras, cualquiera sea su origen y orientación. Hoy son numerosas las presidentas y las primeras ministras de diversos estados.
Si la mujer se incorpora a un ámbito exclusivamente masculino, deberá romper barreras culturales muy afianzadas.

Primera incorporación de mujeres militares
 a la Fuerza Aérea Argentina
El ingreso a las FF. AA. es un ejemplo de ello. En los escalafones más pequeños, la resistencia que enfrentaron fue mayor. Con la incorporación de las mujeres, llegaron nuevas causales de enfermería: ginecológicas (retrasos debidos al estrés), problemas de locomoción (entorsis), anorexia y bulimia, entre otras, sin mucha significación hasta entonces. El tiempo fue diluyendo uno a uno los problemas iniciales, y ellas se encargaron de hacer caer las barreras restantes.
Para Emily Harburg, del Harvard College, una vez dentro de la institución, la mujer debe enfrentar una serie de antinomias:
* Masculinidad o feminidad: se idealiza una imagen de la feminidad de modo tal que, cuando ellas muestran carácter, firmeza y tenacidad, son rotuladas como masculinas. Al parecer, la ambición en las mujeres es, a menudo, mal interpretada, y se la toma como un acto de agresión; entonces, se las acusa de ser demasiado ávidas de poder o trepadoras. Del mismo modo, a las que se dejan llevar por sus sentimientos, se las percibe como demasiado débiles para liderar y para conducir a otros. Esta paradoja abre el interrogante de qué conducta deben tener las mujeres que alcanzan posiciones de liderazgo y, más aún, de sobre qué parámetros haremos las comparaciones.
* Pertenecer o competir: los seres humanos poseen un deseo natural de pertenecer y de integrar grupos; sin embargo, las mujeres y los hombres difieren en cómo lo manifiestan. Las mujeres tienden a preferir relaciones estrechas e íntimas, mientras que los hombres suelen establecer relaciones superficiales, aunque con un gran número de personas, o vuelcan su adhesión a una causa muy amplia. Esto puede favorecerlos en entornos competitivos y enmarañados, donde deban competir con sus pares y, al mismo tiempo, puede hacer que las mujeres eviten puestos donde deban competir con sus compañeros para quedarse con relaciones estrechas de amistad. En general, la mujer competitiva es resistida por sus compañeros de ambos sexos, más aún por los hombres. El primer problema de toda mujer es superar los escollos de su incorporación al trabajo. Acaso paguen más derecho de piso que los hombres.

* Vida familiar o vida laboral: este dilema enfrenta la responsabilidad en el hogar con las exigencias del trabajo. Las presiones culturales y los obstáculos institucionales llevan a muchas mujeres a abandonar el trabajo o una carrera para quedarse a cuidar a los niños en casa. Según Clarín (4/4/2011), un 43% de ellas deja su trabajo. También se da el caso contrario: hay quienes optan por una carrera y postergan la construcción de una familia. Son crecientes los casos en los que se han sabido equilibrar ambos aspectos, en especial de mujeres profesionales y docentes. No obstante, el dilema las acompaña siempre. El normalismo introdujo a la mujer en el mundo del trabajo, permitió que algunas alcanzaran puestos directivos y creó la gran clase media argentina, sin acentuar mucho esa antinomia. Así como existen etapas de crecimiento en la personalidad, también las hay en el mundo profesional o gerencial. Marilyn Loden ha señalado las que tienen lugar a medida que una mujer crece en una empresa o en una institución gubernamental:

* Compromiso de fraternidad: comienza haciéndose una más de ellos, habla como ellos, sale con ellos, practica deportes con ellos, hace cursos con ellos. Los trata como si fueran sus “hermanitos”. Lucha por la igualdad. De a poco, comienza a masculinizarse, y esto se acentúa más aún en las Fuerzas Armadas.
 * Lucha por el puesto: aunque comience en puestos menores, se esfuerza por escalar. Comienza a diferenciarse de otros. Se muestra competente y competitiva, aplicada y dedicada. Toma todos los cursos posibles. Ellas la celan y la envidian; ellos, al principio, no la toleran y, luego, en secreto, la admiran.
* Aislacionismo dorado: cuando llega a la cumbre, se aísla de otras mujeres y queda rodeada de hombres. Ha perdido amigos en su larga carrera y se deshace de los pocos que le quedan. Su reducido entorno le edifica una jaula dorada, crea un microclima para ella, y ella puede quedar prisionera en él. Pierde, entonces, el contacto con la realidad. Puede ser víctima del groupthink. Puede actuar con mano de hierro para dominar a los de abajo, salvo que delegue decisiones en hombres de confianza para dedicarse exclusivamente a las relaciones públicas institucionales.
No hace mucho que la mujer ocupa funciones en altos cargos directivos; la docencia y las Fuerzas Armadas les permitieron las primeras experiencias de liderazgo ejecutivo.


¿Hay un liderazgo típicamente femenino?
Un estudio realizado en la Universidad de Northwestern que comparó los estilos de liderazgo transaccional, transformacional y laissez faire entre mujeres y hombres demostró que ellas son más eficaces que los hombres como líderes transformacionales. Las causas residen en que las mujeres son más proclives a desarrollar una buena comunicación con otros y en que tienen el deseo de crear una comunidad y fomentar la colaboración. Y, con su natural capacidad para nutrir y cultivar a quienes conducen, pueden servir en ese aspecto como modelos, actuar como verdaderas mentoras, capacitando y potenciando al personal mientras alientan la innovación en la organización que conducen. También se ha detectado que, por ser más comprensivas y flexibles en las relaciones interpersonales, son capaces de comprender las situaciones y de captar los diversos puntos de vista. De este modo, llevan a los otros a su propia visión, porque realmente entienden y se preocupan de dónde vienen sus problemas, al mismo tiempo que los otros, a su vez, se sienten más comprendidos, apoyados y valorados.
Verticalidad y horizontalidad vendrían a constituir dimensiones del ejercicio del liderazgo. El hombre sería más proclive a la primera, y la mujer –sin perder su autoridad de “gran madraza”–, a la segunda.
Las virtudes masculinas tradicionales extraídas del deporte y de la milicia (verticalidad de mando, dominancia y control, planificación estratégica, etc.) necesitan hoy una contraparte. En el presente, las características del liderazgo difieren de las de antaño, y se deberían tener en cuenta la franqueza, la confianza, la creatividad, la capacitación permanente y la comprensión de otros, elementos que las mujeres han incorporado a su estilo de liderazgo, reemplazando con mayor horizontalidad las del arquetipo de la pirámide clásica que caracterizaba a las empresas.


La mujer militar es otro fenómeno reciente.
Acaso buscando mejores administradoras, acaso porque con su tenacidad y su firmeza son capaces de llevar adelante cambios en la tradicional vida militar, acaso porque son portadoras de cierto bagaje ideológico vivido con pasión que las respalda.
La mujer militar es mejor seleccionada que el hombre, todos los ojos apuntan a ella. Durante su carrera, debe luchar más para ascender un puesto. Vive rindiendo examen y está cotidianamente en un escenario, ya que está expuesta a la mirada de todos. Esto la lleva a ser competitiva y, fatalmente, a masculinizarse.
Sin duda, este tema dará lugar, en el futuro, a numerosos ensayos, a medida que la mujer siga recorriendo su largo camino. Quedan vastos aspectos por profundizar desde el punto de vista médico, psicológico y sociológico.                                                                             

Adaptación

Alfio A. Puglisi[1]




[1] El profesor Alfio A. Puglisi es maestro normal nacional, profesor en Filosofía y Pedagogía, licenciado en Metodología de la Investigación y doctor en Psicología. Ex profesor de la Escuela Naval Militar, 1969-2013. Tres veces Premio Sarmiento, otorgado por el Centro Naval. Premio Ensayo histórico 2005 por su trabajo Faldas a bordo, publicado por el Instituto de Publicaciones Navales. Premio José B. Collo por su artículo “Juvenilias Navales”, en 2009. Premio Ratto por su artículo “Profesores y alumnos de la segunda época escolar”, en 2013.

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